miércoles, 16 de junio de 2010

OPINIONES SOBRE LA OBRA





El Vulgo

La plebe, escrita por Flora Gró, Andrés Mangone y Lucas Olmedo, se pregunta sobre un tema poco difundido: la participación plebeya en los acontecimientos de la Revolución de Mayo.

Por Sonia Jaroslavsky

“Sentid el tronar difuso de la plebe, que avanza y amenaza la escena... Quien quiera saber de qué se trata, que meta los pies en el barro y que asuma la violencia y la incertidumbre.”

El punto de partida para la realización de este espectáculo fue el libro ¡Viva el bajo pueblo!, de Gabriel Di Meglio, cuenta Andrés Mangone, director y actor: “En este libro, el historiador –que terminó siendo nuestro consultor histórico– plantea el rol que desempeñaron los sectores sociales que se encontraban por fuera de la elite –la plebe–, en la Revolución de Mayo. En general, se muestra a esta clase subordinada a la elite y sin relevancia en la vida pública. Justamente, Di Meglio pone el acento en la plebe como una manera de entender procesos históricos en que ‘los olvidados’ han tenido un lugar sumamente importante para la política argentina.” Pero, más que el tema en sí mismo, a este nutrido grupo de diecisiete actores les interesó trabajar sobre el tema del Bicentenario como una suerte de tribuna desde la cual intervenir. Un plano que los hacía sentir particulares: “Una posibilidad de conectar con el mundo y abrir canales de circulación de lo poético, ya que la expresión teatral es su tema íntimo”. Mangone asevera que ésta es la historia no oficial porque es la historia del grito sagrado, que es siempre la expresión liberada. “Una revolución, el hartazgo, la indignación son todos sentimientos que dan combustible a la transformación, a la violentación del orden, igual que la poesía.”

El espectáculo no sólo pone el acento en el lugar de los plebeyos sino en el papel crucial que ocuparon las mujeres de todas las clases sociales. Mangone agrega: “Son la mayoría. Como la obra está construida a partir de la asociación libre en trabajos de improvisaciones que generaron el territorio para la posterior dramaturgia, tenemos entonces ‘asociación libre’ mayormente de mujeres. Es decir, son las que más propiciaron expresiones de todo tipo para la construcción del entramado de la obra. Por otra parte, siempre estuvo presente la cuestión de qué pasaba con las mujeres en esos tiempos, sus condiciones de vida, sus costumbres, sus trabajos, su soledad cuando los hombres partían a las batallas, etc. De algún modo, estos intereses están presentes en la conformación final de la obra”.

Son varios los dramas femeninos que se suceden. La esposa del virrey, una mujer joven acomodada pero muy aburrida, está dispuesta a cambiar sus bienes materiales por una vida más intensa. A Manuela Pedraza se la ve matando a un inglés: “... se me condenó por mi valentía, por ser mujer”. “... Voy a empezar a disfrazarme de hombre, voy a ser un hombre de ahora en más...” A Mariquita Sánchez, intelectual y aristocrática, enamorada de Thompson –un hombre prohibido para ella–, se la escucha decir: “El atraso de mi país se debe a la ignorancia, el miedo y la Iglesia Católica”. Pero estas presencias más clásicas se ven arrolladas por los dramas –al parecer mundanos– de mujeres de la plebe que luchan, trabajan, entregan sus cuerpos, paren y crían, verdaderas máquinas de reproducción, la que nutre el amor, la guerra... en suma: la revolución. El director dice que, en una época así, los niños nacen soldados porque se está en guerra. Se refiere a una de las escenas más conmovedoras de La plebe: una plebeya, rodeada de matronas y muchachas, pare entre los yuyos un niño-soldado que, como un potrillo, realiza movimientos desarticulados hasta que consigue erguirse. Es el hijo de Moreno y una muchacha que conforma “la cruza, la esperanza, la necesidad inmediata”, sostiene Mangone.

El espectador es incitado a tomar partido, a tener un papel activo. Este accionar con el espectador se constituye desde la puesta: se colocan butacas rodeando la escena. En otros momentos, al grito de ¡Cabildo abierto!, los actores acercan a los espectadores a la escena misma y la incomodidad y el retraimiento merecerían un análisis aparte. “Creo que todos, actores y público, lo vivimos ahora como algo natural, algo que no podría ser de otra manera”, dice Mangone y agrega: “La obra nos va metiendo en circunstancias que excitan a ponerse de pie, un símbolo de intervención, de decir ‘ojo que acá estamos’, una necesidad latente de esa época que seguramente coincide con la nuestra”.

Un ¡Viva la patria, carajo!, se escuchó al final entre aplausos, mientras actores y espectadores se confundían. ¤

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Es bello y estremecedor cuando un hecho histórico (en este caso los acontecimientos de mayo) es abordado lejos de acortamientos, y no convierte a los hombres y mujeres de la historia en seres monumentales o aborrecibles, sino que se los presenta con sus principios, dudas, contradicciones y debilidades.
La Plebe no solo les otorga carnalidad y una exasperante sensualidad a los personajes históricos que la pueblan, mostrando que las debilidades humanas y los grandes ideales pueden convivir en una misma persona, sino que también pone su mirada en un personaje que es poco nombrado y que formo parte de esas jornadas: el pueblo.
La pieza se presenta como un mosaico siempre en armado, en donde la multiplicidad de las acciones y su dinámica de simultaneidad, posibilita obtener un panorama total, no solo de lo que ocurría en los distintos estratos del poder, sino también en la población. De esta manera se puede observar como desde siempre las personas que detentan el poder (cualquier porción del mismo y cualquier jerarquía) tienen una actitud ambigua con el pueblo: proclaman su pertenencia al mismo cuando necesitan de su apoyo, y los ignoran o ningunean en cuanto a tomar decisiones fundamentales se refiere.
Para esto se necesita de una dramaturgia que no solo se permita deshacer los hechos hasta encontrarle su esencia, sino también diluir al prócer para darle paso al ser humano, porque los personajes históricos son mostrados en todas sus facetas: desde lo banal a lo profundo. Y también atreverse a no tener una mirada complaciente con todos los actores del hecho histórico, incluido el pueblo.
La obra logra su completitud porque en forma inmediata el público que asiste a la función es convertido inmediatamente en participe de los hechos, al punto que en un momento de la obra (en un notable detalle de puesta) se fusiona con el rol de plebe para sentir eso de ser testigo mudo y no participe de las decisiones.
La estética de la obra es estupenda tanto en el diseño espacial (Julieta Potenze) que permite multiplicidad de sucesos, como en el puntilloso vestuario (Julio Suarez) que con en conjunto con los peinados y el maquillaje de José Luís Catania logran diferenciar clases sociales y personalidades sin caer en estereotipos, como por ese clima neblinoso y opresivo que logra con su diseño de luces Matías Sendon.
Las actuaciones son lanzadas, comprometidas y sanguíneas. Si la obra logra establecer carnalidad es por el trabajo de un elenco que rompió el molde de la caricatura histórica para que se pueda ver en varias dimensiones a los hombres y mujeres, y a los hechos. En un elenco sin fisuras, quiero destacar el trabajo corporal de Hernán Franco, la viscosidad que logra Luís Herrera (el Virrey), el emocionante momento de Armenia Martínez (Manuela Pedraza), y a lo actores Ana Celentano (Mariquita Sánchez de Thompson) y Gustavo Saborido (Mariano) por bajar del pedestal y humanizar, con sus más y sus menos, a esos personajes de la historia.
La plebe es una obra con dramaturgia de Flora Gró, Andrés Mangone y Lucas Olmedo, con dirección de Andrés Magnone (responsable de una enjundiosa propuesta escénica), que es imperdible para poder charlar y debatir, del como, el porque y para que de hechos fundamentales de nuestra historia.

Por Gabriel Peralta

lanacion.com – Noticias actualizadas las 24hs

Martes 25 de mayo de 2010

Irreverente mirada al pasado

La plebe , intenso trabajo que mezcla hechos reales con hechos imaginarios


Buenos Aires antes de la Revolución de Mayo. Una aldea pequeña integrada por seres anónimos que siguen los designios de un virrey irreverente, movilizados por invasiones de soldados extranjeros y siempre dispuestos a enfrentar a los enemigos. En los márgenes se moldea la Revolución, mientras el pueblo padece los avatares de políticos inquietos. A la vez, algunos hombres y mujeres criollos, con pura pasión, intentan cambiar el destino que la corona española ha impuesto.

La plebe es una experiencia intensa dramáticamente, que sigue los acontecimientos históricos a veces con rigor y en otros dislocando momentos y personajes para, de esa manera, mostrar a esos seres de forma más ridícula. En ese acto, la historia asoma expuesta con trazos groseros y, entonces, este presente parecería encontrar un espacio para confrontarse.

Desde la dramaturgia, los autores no expresan una potente opinión acerca de los hechos y las criaturas que deciden seleccionar para formalizar este texto. Entonces, el material a veces fluye con interés, y en otros las escenas parecen estancarse. Es cierto que el juego actoral es rico, creativo, pero la falta de síntesis en la estructura dramática hace perder la tensión y aminora el ritmo y el racconto histórico de ciertas situaciones se prolonga innecesariamente.

Parte de los espectadores que asisten a la función se integran a la acción en algunas escenas y esto vitaliza esos momentos. Aquí es el pueblo el que directamente observa a quienes construyeron su historia y lo hacen relacionándose directamente con ellos.

Un humor crítico recorre la propuesta.

El elenco es muy sólido y puede entrar y salir de diferentes situaciones y personajes, y siempre lo hace con solvencia, aportando a la concepción de un mundo sombrío, decadente por momentos, apasionado en otros. Puede decirse que el espectáculo se sostiene mucho por las destacadas actuaciones. Andrés Mangone, como director, da forma de manera muy integral al espectáculo y consigue provocar una buena reflexión acerca de unos acontecimientos que todos conocemos, pero que, pocas veces, se presentan cargados de juego y de ironía.

Carlos Pacheco


LA PLEBE

En una muy lograda producción, de excelentísima calidad, La Plebe nos invita a penetrar en las tinieblas de la prehistoria de la Argentina, atravesando las dermis de los primeros hombres que creyeron en un concepto de libertad. La oscuridad de la puesta está enmarcada en la ensoñación, a través de una atmósfera misteriosa que nos lleva a un lugar pasado, pero cercano.Al entrar en la sala nos sumergimos en una niebla taciturna, como si estuviésemos dentro de un vientre materno. La espontaneidad de las acciones y el movimiento intenso de las escenas nos brindan una relación muy estrecha con la historia y sus intérpretes. Sintiendo la respiración y el aliento de esas almas díscolas que se ven empujadas hacia un cambio involuntario pero necesario: la libertad. Los protagonistas: La Plebe, desordenada, sanguínea, espontánea y compulsiva, atroz e insubordinada ante esas leyes que en este momento son invisibles.La Plebe, multitud hambrienta y desarreglada, da la idea de caos, a través de sus vaivenes y desórdenes, un caos no confuso sino legitimado por lo que se quiere mostrar, la composición de los orígenes del universo argentino. El registro de actuación es de una intensidad subrayada, muy cercano al teatro popular, declamada con pasión. Los límites se desbordan como si las almas se escaparan de sus cuerpos para derramarse en los intérpretes, aunque dentro del dispositivo están acertados , pues los actores están plenamente jugados en sus roles.

UNA OBRA IMPECABLE QUE NOS INSTALA EN LAS ENTRAÑAS DE NUESTRA ESCENCIA. IMPERDIBLE.

MARIANO BEITIA , 03-06-2010




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